sábado, 15 de julio de 2017

Pedagogia empirica cuadro

La pedagogia de Fenelon

La pedagogia Empirica



En el ámbito de las disciplinas humanas y sociales identificar el concepto de
“conocimiento científico” nunca ha sido un asunto sencillo ya que previamente el
sujeto se debería decantar por un modelo de ciencia basado en la “explicación causal”
siguiendo la tradición galileana frente a otro de inspiración aristotélica que se orienta
a “dar razón a los hechos” (explicación teleológica). Lógicamente los enfoques y
planteamientos que conllevan ambas tradiciones científicas son muy distintos y han
generado constantes polémicas –la mayoría aún no resueltas– que han determinado
que la epistemología de las ciencias humanas y sociales haya constituido una de
las cuestiones filosóficas más controvertidas durante las últimas décadas.

No obstante, aportaciones relativamente recientes –especialmente la de Hesse
(1980)– plantean que los problemas epistemológicos de las ciencias de la naturaleza
como de las llamadas ciencias humanas y sociales son muy semejantes ya que ni los
datos pueden ser separados de la teoría ni los hechos pueden ser reconstruidos al margen de
su interpretación.
De ahí que, aunque la explicación galileana de la ciencia haya sido
considerada habitualmente como mas solvente que la aristotélica, durante los últimos
años la prevalencia epistemológica de las llamadas ciencias de la naturaleza no se
sostiene ni desde el punto de vista teórico ni metodológico ya que también este tipo
de epistemología tiene sus propios problemas y limitaciones (Mardones, 1991).

La pedagogía femenina, Eloisa.

Ya se conoce la historia de la curiosa Eloísa, la sobrina del Obispo de París, que pretendió ser educada por Abelardo en el siglo XII, a pesar de los prejuicios de la sociedad. Una mujer instruida, con opiniones fundamentadas por la lectura de los autores clásicos permitidos por la Iglesia, suele ser en ese momento sinónimo de mujer poco confiable, lo más probable es que también deshonrada, no se sabe si su por propia curiosidad, como le pasó a Eva, o por la vecindad del hombre que hubiera debido preocuparse de sus progresos intelectuales y aprovechaba para utilizarla como herramienta de su placer.
Con tal de evitar ese daño irreversible, la ignorancia de la mujer era bienvenida.
Según Fénelon, a quien podemos considerarlo un hombre con ideas progresistas en otros aspectos, que llega a desafiar el poder de la Monarquía, se debe evitar el suministro de conocimientos sobre política, jurisprudencia, filosofía, teología y artes militares a las mujeres, porque de recibirlos se volverían tan incontrolables como peligrosas para los hombres encargados de contenerlas, desde la época de Adán y Eva.
Ellas no deben gobernar el Estado, ni hacer la guerra, ni entrar en el Ministerio de las cosas sagradas; pueden, por consiguiente, excusarse de ciertos conocimientos (…) La mayor parte de las artes mecánicas no les son tampoco convenientes; estás constituidas para ejercicios moderados. Su cuerpo, como su espíritu, es menos fuerte y robusto que el de los hombres. (Fénelon).
Cerámica griega: Bacantes devorando a un hombre

Si el antifeminismo se expresa sin tapujos de ningún tipo, es porque los intelectuales temen el poder de las mujeres, tanto en el siglo XVII como en el mundo antiguo, cuando las Bacantes demostraban que al escapar del encierro en que se las mantenía, durante los pocos días de una celebración religiosa, eran capaces de cometer las mismas atrocidades que los hombres (solo que por serles atribuidas a ellas, habitualmente incapacitadas para esas faenas, resultaban mucho más temibles para la opinión pública). Antes que instaurar el caos en la sociedad, era preferible mantener la ignorancia de las mujeres. Esa opción, que debiera parecernos arcaica, por provenir de una época de pelucas empolvadas y convenciones ridículas, sigue teniendo una insidiosa vigencia.

La pedagogia Femenina

El teólogo y poeta François Fénelon parafraseaba hacia fines del siglo XVII la relación pedagógica de Mentor y Telémaco, el hijo de Ulises, encomendado a su amigo cuando él debe ausentarse para participar, muy contra su voluntad, en la guerra de Troya.

Para Fénelon, los personajes de la Antigüedad son apenas una excusa para hablar, no siempre de manera complaciente, de la sociedad de su propia época. El hijo de un gran hombre del pasado remoto, equivale a la de un príncipe como el Duque de Borgoña, nieto de su patrón, el rey Luis XIV, cuya educación le estuvo encomendada por más de un lustro, desde que el niño tenía siete años, antes de que el escritor cayera en desgracia por sus puntos de vista adversos a la política del reino, manifestada en una carta que dirigió a Luis XIV.



Tradicionalmente, el estudiante es formado por adultos del mismo género. Mientras los varones son instruidos en las ciencias y las leyes, por especialistas reconocidos en esos ámbitos, pedagogos profesionales, las niñas quedan libradas a los buenos oficios de las mujeres que se encuentran cerca o (eventualmente) de monjas que se han apartado del mundo y solo pueden transmitir las limitaciones del conocimiento que les ha asignado la sociedad de su época.
La ignorancia y la falta de curiosidad terminan siendo algunas de las virtudes más apreciadas en las mujeres, aunque se disfracen de pureza y fidelidad a la familia y al hombre que la familia les ha destinado. El marido es presentado como el gran maestro de una mujer joven, aquel que la forma para honrarlo y servirlo. Si ella no sabe cómo componérselas por sí misma en el mundo, eso redundará en beneficios de todo tipo, se le promete. Por eso, los argumentos de quienes abogan por la instrucción femenina equivalente a la de los hombres, suena repetidamente en el vacío.
Fénelon redacta en 1681 un Tratado de Educación de la Hijas que tarda varios años en ser editado.

Aunque la obra presenta grandes adelantos respecto de las ideas respecto de educación de la mujer que prevalecían en su época, ofrece planteos cuestionables. Gran parte de los problemas que sufre el mundo, provendrían de las mujeres que no fueron bien educadas. La preocupación por la belleza de la mujer, distrae del reconocimiento de su marginalidad de la vida pública. Virtudes que tradicionalmente se han considerado femeninas, tales como la limpieza y la economía, condenan a las mujeres al ámbito doméstico. La fuerza propia de la mujer sería el aprovechamiento de su natural debilidad. Si se intenta satisfacer la insaciable curiosidad femenina, se obtendrá una mujer pedante y a la vez inconstante (combinación capaz de aterrorizar a cualquier hombre).


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