sábado, 15 de julio de 2017

La pedagogia Femenina

El teólogo y poeta François Fénelon parafraseaba hacia fines del siglo XVII la relación pedagógica de Mentor y Telémaco, el hijo de Ulises, encomendado a su amigo cuando él debe ausentarse para participar, muy contra su voluntad, en la guerra de Troya.

Para Fénelon, los personajes de la Antigüedad son apenas una excusa para hablar, no siempre de manera complaciente, de la sociedad de su propia época. El hijo de un gran hombre del pasado remoto, equivale a la de un príncipe como el Duque de Borgoña, nieto de su patrón, el rey Luis XIV, cuya educación le estuvo encomendada por más de un lustro, desde que el niño tenía siete años, antes de que el escritor cayera en desgracia por sus puntos de vista adversos a la política del reino, manifestada en una carta que dirigió a Luis XIV.



Tradicionalmente, el estudiante es formado por adultos del mismo género. Mientras los varones son instruidos en las ciencias y las leyes, por especialistas reconocidos en esos ámbitos, pedagogos profesionales, las niñas quedan libradas a los buenos oficios de las mujeres que se encuentran cerca o (eventualmente) de monjas que se han apartado del mundo y solo pueden transmitir las limitaciones del conocimiento que les ha asignado la sociedad de su época.
La ignorancia y la falta de curiosidad terminan siendo algunas de las virtudes más apreciadas en las mujeres, aunque se disfracen de pureza y fidelidad a la familia y al hombre que la familia les ha destinado. El marido es presentado como el gran maestro de una mujer joven, aquel que la forma para honrarlo y servirlo. Si ella no sabe cómo componérselas por sí misma en el mundo, eso redundará en beneficios de todo tipo, se le promete. Por eso, los argumentos de quienes abogan por la instrucción femenina equivalente a la de los hombres, suena repetidamente en el vacío.
Fénelon redacta en 1681 un Tratado de Educación de la Hijas que tarda varios años en ser editado.

Aunque la obra presenta grandes adelantos respecto de las ideas respecto de educación de la mujer que prevalecían en su época, ofrece planteos cuestionables. Gran parte de los problemas que sufre el mundo, provendrían de las mujeres que no fueron bien educadas. La preocupación por la belleza de la mujer, distrae del reconocimiento de su marginalidad de la vida pública. Virtudes que tradicionalmente se han considerado femeninas, tales como la limpieza y la economía, condenan a las mujeres al ámbito doméstico. La fuerza propia de la mujer sería el aprovechamiento de su natural debilidad. Si se intenta satisfacer la insaciable curiosidad femenina, se obtendrá una mujer pedante y a la vez inconstante (combinación capaz de aterrorizar a cualquier hombre).


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