Ya se conoce la historia de la curiosa Eloísa, la sobrina del Obispo
de París, que pretendió ser educada por Abelardo en el siglo XII, a
pesar de los prejuicios de la sociedad. Una mujer instruida, con
opiniones fundamentadas por la lectura de los autores clásicos
permitidos por la Iglesia, suele ser en ese momento sinónimo de mujer
poco confiable, lo más probable es que también deshonrada, no se sabe si
su por propia curiosidad, como le pasó a Eva, o por la vecindad del
hombre que hubiera debido preocuparse de sus progresos intelectuales y
aprovechaba para utilizarla como herramienta de su placer.
Con tal de evitar ese daño irreversible, la ignorancia de la mujer era bienvenida.
Según Fénelon, a quien podemos considerarlo un hombre con ideas progresistas en otros aspectos, que llega a desafiar el poder de la Monarquía, se debe evitar el suministro de conocimientos sobre política, jurisprudencia, filosofía, teología y artes militares a las mujeres, porque de recibirlos se volverían tan incontrolables como peligrosas para los hombres encargados de contenerlas, desde la época de Adán y Eva.
Con tal de evitar ese daño irreversible, la ignorancia de la mujer era bienvenida.
Según Fénelon, a quien podemos considerarlo un hombre con ideas progresistas en otros aspectos, que llega a desafiar el poder de la Monarquía, se debe evitar el suministro de conocimientos sobre política, jurisprudencia, filosofía, teología y artes militares a las mujeres, porque de recibirlos se volverían tan incontrolables como peligrosas para los hombres encargados de contenerlas, desde la época de Adán y Eva.
Ellas no deben gobernar el Estado, ni hacer la guerra, ni entrar en el Ministerio de las cosas sagradas; pueden, por consiguiente, excusarse de ciertos conocimientos (…) La mayor parte de las artes mecánicas no les son tampoco convenientes; estás constituidas para ejercicios moderados. Su cuerpo, como su espíritu, es menos fuerte y robusto que el de los hombres. (Fénelon).Si el antifeminismo se expresa sin tapujos de ningún tipo, es porque los intelectuales temen el poder de las mujeres, tanto en el siglo XVII como en el mundo antiguo, cuando las Bacantes demostraban que al escapar del encierro en que se las mantenía, durante los pocos días de una celebración religiosa, eran capaces de cometer las mismas atrocidades que los hombres (solo que por serles atribuidas a ellas, habitualmente incapacitadas para esas faenas, resultaban mucho más temibles para la opinión pública). Antes que instaurar el caos en la sociedad, era preferible mantener la ignorancia de las mujeres. Esa opción, que debiera parecernos arcaica, por provenir de una época de pelucas empolvadas y convenciones ridículas, sigue teniendo una insidiosa vigencia.
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